miércoles, 23 de junio de 2010


Todos en algún momento de nuestras vidas nos hemos sentido solos por diversas circunstancias, cuando esto sucede parecemos abatidos, abandonados, pensando equivocadamente que nadie nos quiere o se interesa por nosotros. Es usual que esto ocurra con jóvenes adolescentes, con aquellos que están pasando por una crisis familiar, económica y también por los que no tienen un verdadero sentido de identidad centrada en la verdad, por los que están atrapados con algún tipo de adicción (drogas, alcohol, etc.) o pensamientos equivocados que tengan relación con desviaciones sentimentales que provoquen angustia y desilusión.

En muchos de los casos tratamos de encontrar soluciones basadas en nuestros propios criterios y esfuerzo, en la mayoría de las veces creemos que no necesitamos la ayuda de nadie, que podemos solos someter al monstruo que nos atormenta, todo esto en un escenario de vivencias un poco o bastante trágicas dependiendo del color del cristal con que se mire. También hay de aquellos que piensan que son capaces de conquistar el mundo por sí solos, de cambiar ideologías y de hacer las más grandes hazañas.

Es bueno ser optimistas, pero podemos pecar de egocéntricos y arrogantes. La experiencia nos indica y la historia establece que todas las cosas expuestas anteriormente y otras más que se dan en la vida del ser humano, no han sido posible superarlas aisladamente. Las mayores conquistas hechas por el hombre han sido logradas en conjunto. La individualidad no es la que ha marcado la diferencia, salvo ciertas excepciones, pues es el conglomerado humano el que ha decidido de manera definitiva los cambios trascendentales que perduran en el tiempo.

Hacemos referencia a todo esto para comprender sustancialmente y de manera precisa, que no podemos prescindir de nuestros congéneres, de nuestros hermanos (en términos de doctrina religiosa), de nuestra familia, para conseguir cosas importantes que nos sirvan en nuestro desarrollo personal, el poder de la unidad se manifiesta de esta manera.

Es común escuchar la frase, de que unidos somos más, esto es bastante cierto pero solo como un aspecto físico, de volumen, de masas, que puede ser intrascendente si todos los que conformamos esa unidad, no tenemos el mismo anhelo o no sentimos lo mismo; la fuerza o el poder se activa si todos nuestros corazones laten al unísono, si todos nuestros músculos trabajan al mismo tiempo con ardor, con frenesí, hasta el agotamiento si es preciso, si todas nuestras mentes están conectadas con un ideal, y el ideal de toda persona, de todo ser humano debe ser mucho más grande, más infinito que cualquier cosa que queramos en esta tierra. Porque el verdadero poder de la unidad, es la unidad de Dios, cuando sabemos esto, todo lo demás nos es dado, pues de esta unidad se alimenta el matrimonio, la familia, la amistad; y con ello se fortalecen lazos inseparables. Vale la pena recordar un viejo proverbio que dice:

“Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán... Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡Ay del solo! que cuando cayer
e, no habrá quién lo levante.”
No podemos dejar de lado el poder que ejercen sobre esta tierra las huestes de maldad, pues en este sentido también están unidas y ejercen su dominio en muchos corazones, y en la mayoría de los casos en corazones solitarios carentes de todo afecto, de principios y de voluntad. Pero el caso es que debemos entender que si permanecemos sujetados de la mano de Dios, que es quien representa el poder y la unidad en un solo ser, podremos vencer y salir adelante en medio de los conflictos por grandes que parezcan.
Los que permanecemos unidos dentro de la concepción divina seremos vencedores, pero solo y únicamente si permanecemos juntos, pues todo lo que en su esencia está unido no puede dividirse porque en ese caso se destruiría…


“Todo reino dividido no prevalece.” Lucas 11:17.