Según la historia en los últimos años la tierra ha sido azotada por catástrofes naturales que han devastado pueblos enteros y han dejado miles de víctimas fatales y millones de damnificados. Entre los más recordados está el huracán que devastó a New Orleans en el 2005, el terremoto de México de 1985, el tsunami asiático de diciembre de 2004, o el terremoto de Lisboa de 1755 que fue seguido por un tsunami que destruyó casi por completo la ciudad matando a cerca de un millón de personas; estos hechos ponen a prueba la fe de muchos y de pronto se abre el debate en cuanto a descubrir y entender si fue un castigo divino a causa del pecado, o por el contrario, si fue un acontecimiento más de los tantos que responden a sucesos normales de la naturaleza.
A principios de este año la tierra volvió a mostrar su poder destructivo con un terrible terremoto que devastó el país caribeño de Haití. Fue el martes 12 de Enero aproximadamente a las cinco de la tarde cuando un sismo de 7,3 en la escala de Richter sacudió Puerto Príncipe y sus alrededores. Nadie se lo esperaba; el matiz de tranquilidad que caracterizaba a la ciudad en aquellas horas había desaparecido, las risas de los niños se habían convertido en llanto, el trabajo de cientos de personas se había destruido, tan solo se escuchaba en las calles gritos desesperantes de dolor y angustia y solo se divisaba el correr de miles de personas buscando un refugio, tratando de encontrar una salida o una explicación a lo acontecido. Los primeros informes indicaron que el número de víctimas se elevaba a 50 mil, el de heridos sobrepasaba los 100 mil y el de personas damnificadas era más de un millón. Las primeras escenas del desastre se empezaron a difundir en fotos y videos por los medios de comunicación que realizaban una cobertura en cadena de la situación. Fue sorprendente observar casas y edificios reducidos a escombros, decenas de muertos apilados en las veredas y miles de personas corriendo tratando de salvar sus vidas. Los expertos revelaron que el suceso fue una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia. Los hospitales se encontraron al borde del colapso, no había lugar en donde atender a tantos heridos, las principales morgues estaban abarrotadas y en consecuencia innumerables casas se convirtieron en depósitos de cadáveres transitorios en medio de la insalubridad y del peligro de que se desatara una peste. Hospitales de campaña se empezaron a improvisar en diferentes zonas de Puerto Príncipe, donde miles de personas acudieron para obtener algún tipo de ayuda. Edificios importantes se vinieron abajo como la Catedral de Puerto Príncipe, y el suburbio central de la capital donde diplomáticos mantenían reuniones sociales. La escasez de alimento y agua se hizo notoria con el pasar de las horas. Los pocos mercados que aún quedaban de pie permanecieron cerrados, y las entidades financieras no abrieron sus puertas por ningún motivo. Las redes telefónicas también cayeron, la comunicación se hizo prácticamente imposible. El estado del aeropuerto era lamentable, y unas horas después se supo que la torre de control se había desplomado también y que otras oficinas habían sido afectadas considerablemente. Haití estaba destruida, aislada y envuelta en el peor caos de su historia.
Mientras los días transcurrían, también avanzaba la ayuda humanitaria; el respaldo de la ONU y de varias organizaciones internacionales sociales y financieras fue muy importante para aliviar en cierto modo la crisis a la que habían sido sometidos los haitianos. En medio del desastre hubo además muchos rescates milagrosos de personas que estaban atrapadas debajo de las ruinas; y de apoco a poco la normalidad empezó a llegar al país. Días después ciertos comerciantes empezaron a levantar sus puestos callejeros entre las ruinas para vender sus frutas y hortalizas; algunas tiendas y bancos también reabrieron luego de la paralización obligatoria. El aeropuerto principal también volvió a trabajar regulando sus viajes aéreos. Pero aún no era suficiente, las cifras continuaban aumentando (el último reporte señaló que se había recogido y enterrado más de 200 mil cadáveres solo en Puerto Príncipe y aproximadamente 2 millones de personas se encontraban sin hogar y necesitaban de ayuda urgente). Un último anuncio señaló que líderes mundiales hablarían en una conferencia en las Naciones Unidas en este mes de marzo sobre la reconstrucción de Haití, la cuál prevén que tardará casi una década o más.
Aquel martes será sin duda alguna inolvidable para aquellos que pudieron presenciar cómo las vidas y los sueños de sus seres queridos se esfumaron inesperadamente. Pero aún existe Haití, no ha desaparecido, y es verdad que han quedado escombros de cientos de edificaciones arruinadas, pero hay esperanza en medio del desastre. Hoy más que nunca Haití tiene la oportunidad de demostrar lo fuerte que puede llegar a ser, dejando a un lado los problemas que como sociedad los agobia, dirigiendo sus vidas al Creador y deshaciéndose de toda creencia pagana (como la brujería, el vudú, etc.) que los ha conducido a la destrucción, y lastimosamente este es un asunto que se observa a nivel mundial; aún hay pueblos en muchos países y regiones que practican este tipo de ritos que contradicen los principios bíblicos dando la espalda a Dios y ofendiendo su nombre, y viven cegados por sus tradiciones paganas.
La Tierra sigue temblando.
El 27 de Febrero pasado se produjo en Chile un terremoto 50 veces más potente que el de Haití. Reportes indicaron que el movimiento telúrico tuvo una magnitud de 8,3 en la escala de Richter dejando cuantiosas pérdidas (aproximadamente unos 30 mil millones de dólares), más de 450 muertos y miles de damnificados. El sismo trajo consigo un tsunami que arrasó con pueblos costeros enteros, que llegó incluso a islas del pacífico en Micronesia, Hawai y Polinesia, destruyendo todo a su paso, y dejando sosegada a la población. Y aunque Chile es un país sismológicamente activo (dos de los cinco mayores terremotos en la historia se han registrado en su territorio) no estaba preparado para una eventualidad de esta magnitud, las pérdidas fueron muy graves: puentes y carreteras se destruyeron, importantes edificios colapsaron y el pánico se apoderó inmediatamente de la gente. Réplicas muy fuertes se sintieron unos minutos después de suscitado el desastre, algunas tan poderosas que impidieron la labor de rescate de víctimas atrapadas entre los escombros. El poderoso temblor fue sentido también en Argentina donde una persona falleció. Ecuador también sufrió varios movimientos telúricos, el de mayor magnitud fue el del domingo 28 de Febrero, sin dejar daños materiales o víctimas que lamentar. Taiwán, Indonesia, Turquía, Japón, Estados Unidos, Filipinas, México, China, son otros países que también se han sumado a la lista de naciones que han presenciado sismos en su territorio en estos últimos meses.
Conocemos sin duda alguna que la Tierra está siendo azotada por toda clase de desastres naturales como inundaciones, huracanes, deshielos, sequías, sismos, descontrol climático (frío extremo o calor extenuante que pueden causar la muerte); pero todo esto debe dejarnos en claro que lo que debemos hacer es estar alertas sabiendo que lo que se viene es irreversible, el hombre no puede detener el ataque fulminante de la naturaleza, quien de alguna forma parece protestar por todo el daño causado por el ser humano a lo largo de la historia, a través de la contaminación de los ríos y mares, la deforestación de los bosques, la emisión de gases tóxicos a la atmósfera, la caza indiscriminada de toda clase de especies animales, para mencionar algunos ejemplos. Y si tomamos estos acontecimientos y los enfocamos desde una perspectiva bíblica, encontraremos que en Romanos 8:21-22 se nos dice que la tierra gime por ser libertada de la esclavitud y la corrupción que vive a manos del hombre, y que está como con dolores de parto, dando a entender que algo está por suceder, por nacer o acontecer (la Biblia declara que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva). La creación espera ser restaurada, como una mujer sufre con grandes dolores antes de alumbrar, pero una vez concebido a su hijo se regocija por su nacimiento. Las escrituras nos hablan de un suceso sobrenatural que cambiaría la historia del hombre para siempre. Por está razón (los que sustentamos nuestra fe en una perspectiva bíblica) sabemos que este tipo de acontecimientos se seguirán suscitando, de hecho, la palabra terremoto aparece dieciséis veces en la Biblia, por ello para los cristianos este no es un tema del que tengan que sorprenderse, antes por el contrario, esto los alienta a estar preparados para afrontar las tremendas catástrofes que predicen el regreso de su Redentor según el sermón de Jesús en el Monte de los Olivos citado en Mateo 24. De manera que muchos cristianos consideran que estos desastres naturales son una prueba más de que el profetizado y eminente retorno del Mesías, está más pronto que nunca.
“Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, hambre, y terremotos en diferentes lugares de la Tierra.” Mateo 24:7... Incluso en el libro de Apocalipsis se habla de un terremoto de magnitudes catastróficas que hará que toda isla desaparezca y algunos montes no sean hallados: “Entonces hubo relámpagos, y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la Tierra.” Apocalipsis 16:18.
Lo que nos queda por hacer.
Es indudable que las tragedias de Haití y Chile tendrán efectos a largo plazo que ni siquiera se pueden calcular, no sólo para la gente cuyas vidas se derrumbaron al igual que los edificios que los rodeaban, sino para el mundo sin esperanza que ha sido testigo mudo de estas catástrofes, sin siquiera terminar de entender o discernir nada, y peor si se tiene la arremetida de tantas versiones válidas para muchos y erradas para otros. Lo que sí está claro es que este tema de la fe se vuelve algo realmente incomprensible cuando se cierra los ojos a la posibilidad de la existencia de un Dios creador que al fin y al cabo está al control de todo; por ello vale recalcar que lo realmente importante es que en medio de cualquier circunstancia no perdamos la esperanza, por sobre todo aquellos que de alguna forma llevamos la fe como un estilo de vida que nos sostiene, mueve y alienta en todo tiempo y en
todo lugar.
Aliente su corazón, no tenga miedo. Debemos estar preparados y firmes para lo que se viene, confiando plenamente en que nuestras vidas están puestas en las manos de un ser Supremo que todo lo sabe, y que al fin la vida y la muerte le pertenecen; sólo en su designio y potestad está nuestro futuro y el de todo ser humano.
Y el reto para nuestros líderes espirituales ahora radica en encontrar palabras que nos den luz y nos ayuden a comprender el amor y la gracia de Dios, para que en medio de tal sufrimiento pueda renacer la esperanza.
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